Estaba en una fiesta que estaba por terminar. En algún lugar estaban mis amigos, en alguna parte, pero no estoy segura. Hice un salto y me encontré en esa misma madrugada en el metro con dos amigos, los acompañaba a un sitio especial. Uno de los dos era grandote, ojos marrones con una profunda paz, nariz y mandíbula angulosa, alto casi dos cabezas más que yo, tenía rulos que dejaba caer hacia un costado, barbudo, musculoso vestido de chaqueta deportiva negra, una camiseta color beige, jeans azules y zapatillas blancas, llevaba varias bolsas de supermercado llenas de comida. El otro tenía el cabello ondulado, ojos redondos y negros, nariz redondeada bastante prominente, labios carnosos y dientes parejitos vestía una sudadera roja, un pantalón de gabardina negro con cinturón marrón oscuro, y zapatillas deportivas negras.
Ambos iban voluntariamente a presentarse para su propia ejecución. Y yo los acompañaba. Era como si socialmente estuviera aceptado que había un tiempo límite para vivir, algunos tenían más años de vida permitida que otros, no sé exactamente por qué. Llegaba su hora y ellos iban a que terminaran con su vida. Había que hacer lugar en el planeta para las generaciones venideras.
Cuando llegamos al sitio, vimos un escritorio por dónde todos los hombres a los que se les había terminado el tiempo se iban a acreditar. Las mujeres que acompañaban se ponían en un sector específico. Delante de la vitrina en dónde los ejecutaban, por que quería acompañarlos hasta el final. Me sentía muy angustiada, y a mi alrededor estaba lleno de mujeres en la misma situación que yo.
Mis amigos se fueron sin saludar, ni mirar atrás.
Yo cambié de sueño.