Me descubrí rota, herida lastimada, un dolor en el pecho que hace tiempo se instaló. Reconocí que tenía ganas de llorar desde hace años, que me empeñe en tapar.
Redescubrí que me gusta el amor, que puedo sentir mariposas en la panza con un detalle, que hay gestos hermosos en las cosas cotidianas.
Recordé que me gustaba acariciar, oler y lamer, amar en síntesis y sin síntesis.
Manifiesto deseo cariño y cuidado, amor y admiración.
Acepté que me sentí muy sola, que no supe pedir cariño del bueno para mi, ni alejarme de ese cariño tóxico por justificar las circunstancias.
Me perdono por no haberme visto ni en las peores ocasiones, por haber aceptado tantas veces el darme la espalda y por empatizar con alguien que jamás lo haría conmigo.
Perdono por qué me permito el avance, la liberación y la influencia positiva del entorno. Eliminé el cajón de manzanas podridas, en su lugar voy a poner cien de mis propios manuscritos, los que me recuerden cada vez lo que no voy a volver a permitir en mi vida. Que me recuerden que me amó y me aman de verdad.
Que el amor nunca queda grande, que me veo, y por eso me cuido.
Que siempre soy mi salvavidas.
Que puedo sanarme porque soy inmortal, que las heridas curan, y si no lo hacen por si mismas, tengo medicinas y un botiquín de cuidados intensivos.
Que las velitas las enciendo para aromatizar mi propia vida.
Que puedo hablar de mi, y que mis historias son mías, que el amor acompaña, no se apropia de la vida. ¿De donde saqué la idea de que lo que tengo para decir vale tan poco que ni siquiera necesita ser escuchado?
Que se puede caminar al lado de otro individuo, sin invasión, construyendo y estimulando el crecimiento diario.
Que en mi entorno hay más que siete maravillas, y que yo soy una de ellas.
Que la magia existe, que me lo recuerden cada vez que yo lo olvide.