TU PRIMER GRAN AMOR

IMAGINA… te fascina dormir en una cama de dos plazas abrazado a tu hermosa mujer, sintiendo el calor de su espalda pegado a tu pecho. Sientes flores frescas cuando hueles su nuca, sus rizos rozan suavemente tu nariz, cosquillas agradables en tu rostro te hacen fruncir  el ceño e invitan a cambiar levemente de posición tu cabeza. Imagina tus brazos rodeándola, uno por debajo de su fino cuello y el otro por su deliciosa cintura.

Ella abraza tu abrazo y se acurruca a ti. Sus nalgas rozan tu sexo, tus piernas se entrelazan con las suyas. No hay ni un atisbo de ti lejos de su calor. Hasta sus empeines acarician tus pies…

Esta noche, tu cuerpo y el suyo encastran a la perfección, pero no precisamente para hacer el amor.

Imagina lo bello de caer rendido al sueño en ese espacio mágico y armonioso.  El deseo de que este paraíso perdure es equivalente a la relajación de tu cuerpo. Estás cansado… Ha sido un día agotador, mañana debes trabajar. Disfrutas (pausa) del momento presente hasta que un profundo suspiro te hunde en el descanso. 

Es hora y el despertador no da tregua; lo detuviste ya dos veces. Los próximos minutos son la cornisa por la que te arriesgas a caminar entre llegar tarde, como siempre, y levantarte a compartir el desayuno con ella. 

Momento de levantarse: tomas la decisión correcta y el primer impulso te despoja de las cobijas calientes. Da tiempo para mates y tostadas con aguacate. Otro de los momentos compartidos más hermosos del día es el desayuno con cara de sueño y amor en los ojos…¿Es este el paraíso del edén?… 

Se hace tarde, como siempre. Si no corres perderás el transporte. Un besito de despedida a tu princesa y pa’la calle. Se ha demorado, tuviste suerte y… como rara vez llegarás temprano,  dos minutos más tarde desde que subiste al metro y  estás en la segunda estación. Entre la tercera y la cuarta parada, un ruido ensordecedor te abruma… ¿Se ha ido la luz o te has quedado ciego? Tu cuerpo está hecho añicos: las  piernas, el cuello, los brazos y las costillas. Tu piel sangra. Tal vez hasta tu cadera se haya roto, pero no lo sabes con certeza. La cabeza te duele de manera indescriptible, intentas abrir los ojos y hasta eso se siente como una tortura…

Al final del túnel, un pequeño destello se abre camino y en cuestión de segundos pasan por tu mente mil interrogantes y conclusiones: ¿qué ocurrió?,  ¿será alguien viniendo por ti con una linterna?, ¿ cómo estarán los otros pasajeros?,  ¿habrá algún sobreviviente?, ¿cómo avisarás a tu amor de lo ocurrido? Reflexionas que cuando salgas de aquí le dirás que quieres ser padre, y que ella será la mejor compañera que puedes elegir para ti. Que te gustaría que fuera niña y que se llame Rita porque de bebé, joven y anciana ese nombre pega bien, y que te imaginas compartiendo una tarde comiendo mandarinas al sol mientras Rita juega en el sube y baja. 

Aquella luz te atropella, te pasa por encima como agua invencible sobre las rocas de un caudaloso río que lleva consigo todo el dolor. Ahora tus pupilas perciben una luz  roja brillante, como cuando miras fijamente al sol y se te cierran los ojos. Tu instinto de supervivencia te impulsa a llenar tus pulmones con  abundante  oxígeno. La fuerza muscular que haces con tus párpados finalmente logra levantarse con dificultad; has pasado por un arduo camino para llegar hasta aquí.

Ahora estás en la habitación de un sanatorio y tienes un deseo irreprimible de llorar; brotan de ti lágrimas a borbotones. Es grito de un golpe de realidad al despertar. 

El rostro de una hermosa mujer con ojos brillantes y llenos de amor se asoma sobre ti. Inconsolable niño recién nacido, tu madre te rodea con sus brazos y te acoge en su cálido seno. Su aroma te resulta familiar, MUY FAMILIAR.  Ese perfume a flores frescas te abruma nuevamente y abraza tus recuerdos como lo ha hecho en tu última noche. ¿Será este el Edén? Tu pulso  y al cabo de unos minutos ya todo es más ameno para ti. Su corazón y el tuyo se alinean y sincronizan con armonía. Aquí está, ella es el Edén.