Me encuentro en la habitación como de un hospital, sentada a los pies de una cama de una plaza con la cabecera apoyada contra la pared con un ventanal que iluminaba con la luz de la mañana.
Al lado de la cama había una mesa cuadrada, dos de mis hermanas conversaban con una chica que no conozco. Le leían mientras tanto unas cartas de tarot, estaban esperando a que yo terminara mi conversación para poder iniciarle una constelación familiar.
En la cama estaba acostado el que era mi pareja en ese momento. Pero quien habitaba ese cuerpo no era él realmente. Su piel estaba pálida trasparentosa y fría, había perdido la profundidad de sus ojos y todo el contorno de estos estaba completamente colorado, como si estuviera irritado al rojo vivo, incluso su voz tenía una cadencia muchísimo más lenta, suave y amorosa.
En un momento me di cuenta de que mi pareja estaba ausente realmente. Reconocí que hablaba con la muerte, y comencé a hacerle varias preguntas que respondía con lentitud, nostalgia, cara de enamoramiento absoluto y total, jamás nadie me había mirado así.
-¿El tiempo corre igual para vos que para los humanos?
-Cada mes humano, son sesenta días para mi. -Su mirada compasiva aunque deslumbrada contestó.
-¿Trabajas siempre sola? – Mientras acariciaba inconscientemente el brazo del cuerpo que le pertenecía a mi pareja.
-Siempre trabajo sola, pero cada algún tiempo me relevan. Suspiró… Hace mucho, realmente mucho tiempo que no hablo con una persona. -Con un tono de tristeza, e ilusión mezclados, a la vez que sonreía con dedicación.
– ¿Sentís mis caricias? – Pregunté cuando me percaté de las caricias que hacía de modo inconsciente.
-No. -Su rostro era la magna expresión de un amor perplejo.
Percibí que aunque habitaba ese cuerpo, solo podía manifestarse. Pero no conectar con las sensaciones que el cuerpo le podría proporcionar. La sentí como lejana, encerrada en un espacio que le quedaba chico, pero sin realmente poder sentir los regalos de la piel. Como si estuviera completamente aislada en el medio de la oscuridad, sin horizontes.
– Quiero contarte que puede ser que alguna vez le pida algo, pero nunca te voy a rendir culto, si es por eso que venís a visitarme. ¿Cuántos años tenés? -Le dije.
-Silencio
En dos ocasiones diferentes su cara se transformó de un modo completamente caricaturesco las comisuras de su boca se subieron casi hasta la altura de su cien, sus ojos tomaron la forma de dos medias lunas con las puntas hacia abajo, sus cejas se elevaron como las de un payaso. La primera vez lo sentí extrañamente amable, pero la segunda me dio una sensación difusa entre espanto y atención desmedida.
Registré mucho mi cuerpo, en todo momento, se sentía bastante tranquilo y relajado. Pero me desperté con la duda de si realmente me sentía así por que tuve una sensación de desconcierto.
Al otro día en la mañana pude observar que había pasado por mi casa. La sensación se sentía. Su imagen había quedado plasmada en el espejo de mi baño.